Biografía
Abandoné los talleres literarios siempre al llegar a la vereda, puntual, como corresponde. Abandoné el profesorado en Lengua y Literatura a medio tiempo, y es que el kiosquito de enfrente vendía la cerveza bien fría, y me fiaba, y en la plaza Sarmiento anochecía latiendo otra vida. El resto de las cosas las dejé por no mancillar el placer que me dio soñarlas, por eso no cuentan entre los intentos.
¿Yo? Yo nací según el registro civil y las memorias ajenas en agosto de 1976, en la ciudad de San Lorenzo, provincia de Santa fe. Recibí una mención de honor de Guka en 2015 por un texto breve titulado Señuelos, única vez en que participe en un concurso. Nunca edité. Escribí para la contratapa de Emma canta– Tetralogía de la locura – de Alicia Digon, el prólogo de Marysol, de Sandra Ávila y el prefacio del poemario En el alambre – 63 poemas – de Idan Sáenz.
No quiero decir más.
Flavio Cracco
Abril de 2017
A la mañana siguiente.
Vereda, jardín, dos escalones, un porche de entrada, luego una puerta blanca con su picaporte pomo imitación bronce que gira, y claro, la puerta se abre y sale una mujer enfundada como una daga en su solero azul con flores violáceas llevando en las manos una escoba. Se detiene en el porche antes de los escalones, apoya la palma de una mano sobre el palo de la escoba, la otra mano sobre esa, el mentón sobre la última y mira la calle tras la niebla lechosa. Respira hondo, da dos pasos, baja los peldaños, atraviesa el jardín, llega a la vereda y vuelve a detenerse. Piensa. Adentro, bajo las mantas de hilo raído, con la boca abierta donde se asoma la mosca, junto a la mesa de noche donde los dientes postizos, con una pierna torcida levemente como quien se ofrece, está el cuerpo, el de la mujer que en la vereda se da cuenta del resto y suelta la escoba que cae mientras, aturdida, vuelve sobre sus pasos, atraviesa el espacio, rauda, para buscarse.
IV
Caer como un hálito en cámara lenta,
como cae la prenda íntima en la memoria,
como el humo que no desaparece y se posa,
caer
sobre los balcones y los proscenios
donde el suicida bambolea
su necesidad de volverse moraleja
o huevo,
o serpiente
o humedad de la mano que busca,
que palpa y no encuentra,
espumita de ola
naufragio de gaviotas y horizontes,
herrumbre salitre
sobre el mástil de los tiempos,
ajeno,
ya sin tiempo ni bandera,
la lengua que recorre el tajo
o picaflor que liba
o dios que absorbe el maná
– gota a gota –
que asumimos día transitado.
Caer como la pluma, de punta,
deteniendo por un instante
la posibilidad del verso
esa jauría verborrágica y rabiosa,
esa horca de girones de seda,
esa mancha desdibujada en el cemento
que de pronto es mosca
que alza vuelo.
A cada estación su ciclo penitente,
donde ya no hallarte,
donde ya no pronunciarte
nombre,
abstracción de la persona
o sueño,
respiración entrecortada
y sombra
que se niega a volverse número
dando las espaldas múltiples a la vida única,
la nuestra, la mía,
prosa en tinta que pierde las formas
bajo acuosas hormiguitas traslucidas,
y otra vez verano,
y llovizna sobre el fuego.
Me siento a ver transcurrir otro año.
La ceremonia otra vez
es todo tuya.
Querida Alicia
El espacio en que me habitas.
Querida Alejandra, Alicia rota en su orgasmo ha salpicado en tu frente la gota, al arañar las paredes de su asilo ha dejado al conejo blanco sin reloj que indique la hora del té o la del sueño, y qué va, vos has estado en ella como un pez, has entrado en ella como parásito, has sido huésped de su casa de carne y mortaja ardida sobre el cuerpo, pero no se te veía en el espejo, pobre Alicia, no veía a la Alejandra fisgona y envidiosa, a la celosa araña, no se distinguían tus grandes ojos asombrados y espantados, no tras el velo que enmudecía tu boca cuando gritabas ¡Alicia! ¡Alicia! y ella sorda de placer montaba al mundo rodeada de sombreros. Querida Alejandra, no te has podido querer ni un poquito, y puedo adivinar, arrodillado en los escombros, eso de no pertenecer al mundo, eso de no pertenecerse. ahora silba la pava sobre la hornalla, como silbabas vos tras las ventanas para que se asomase alguien capaz de no ser gato o perro, alguien con las manos como pelusas migratorias que al fin se depositan bien al fondo del bolsillo para acompañar ab aeterno los poemas no escritos, las pajas mentales, los amores esos que son carnadas para pesca. yo sigo de pie, arrodillado y de pie, porque puedo, porque la gota de la Alicia rota, empalada, sonriente, con carita de estúpida, de himen, corona tu frontispicio, perla líquida que presionas con un dedo suave y llevas a la punta de la lengua blasfema. yo puedo por cagón, porque voy tejiendo en macramé un refugio inflamable donde beberme el vino e iniciar el fuego. yo puedo, Alejandra, porque no he dicho ¡partime rayo y huye!, y porque aún me atrevo a culpar a los días de la vida porque el agua muy caliente quema la yerba del mate y me ampolla el paladar. Querida Alejandra, escribirte un poema sería absurdo, a vos, que has hilvanado con las fibras del sistema nervioso una lengua propia propicia para despertar hasta en el más feliz y fecundo el guiño del suicida, Alejandra pies de invierno, cristal empañado, tortuguita. El hígado sabe cuándo detenerse pero uno ya está sordo de editores que no supieron ver, de escritores que acompañaron la procesión de la virgen entregada a los placeres hasta las puertas el infierno. Alicia abrió las puertas, cansada de oírte llamar con el puño y el verbo abrió las puertas el sitio que anhelabas, el lugar que espiabas agazapada en los espejos. Alicia es una puta, una niña puta y promiscua, pura y puta, rota y pura. Vos suplicabas lésbica y despeinada, al borde de la sobredosis y la noche interminable, su jugo de media breva tras la primer helada, en les champs elysees, con el cigarrillo quemándote las falanges, la faringe por donde salían esas palabras de arrastre, de ruedas de carromato sin ejes tirado por yunta de bueyes, y sí, tres pelos de concha tiran más, dicen, y vos trenzabas lo que une los abismos profundos del alma con la estrella más lejana, con el cuerpo femenino y lejano, el imposible cuerpo de Alicia, la que practica cabriolas sobre los falos húmedos y humeantes, baguettes recién horneada. Querida Alejandra, hubo argentina, parís, argentina, new york, parís, argentina, pero el mundo había decidido construirse caótico en tu interior, exiliando el yo del yo, dejándote fuera de vos, con el consuelo de la niña que mató a su hijo, con la pastillita que trae la enfermera cada doce horas, conmigo, latido en el muro de granito.
El pedófilo de Carrol te suelta la mano, y ya no eres niña, Alejandra, ya no eres Alicia, Alejandra, si acaso alguna vez en esa coraza de juventud curiosa no has sido una vieja desdentada, una antigüedad sin nombre, una verdad indescifrable. Alicia, tu Alicia, la que no dice el cuento, la que se niega a ser expuesta al golpe de martillo de la Olivetti sobre la hoja, esa, la hija no tenida, la desenfrenada, la que perdió los manuscritos de Julio pero no olvido jamás las gotas en el vino., esa, apéndice de la bestia, rosada bestia, susurra. Lo bien que te hubiese hecho decir que no alguna vez, haber reventado la ventana con el puño y, tomando un fragmento del cristal, haber dibujado sonrisas escarlatas en sus cuellos. ¡Madre, quiero dormir! ¿Madre? ¡Madre, quiero dormir el día! ¡Quiero querer dormir la noche! ¡Quiero que la puerta a la que llamo no se abra y queden dentro las llamas! ¡Que no salga el humo por la cerradura, el humo que huele a carne propia y sueño ajeno! Querida Alejandra, sabedora del tiempo, putita de kinich ajaw, cronometras el sexo, lo estudias, lo usas a tu antojo, maquinita a monedas, tragadora de créditos, dioscura… vuelve…, no, desnuda no, ajena no, en el relato sobre el sueño te ofrecías, tu palabra ofrecía a tu cuerpo, como la mano que saca de la bolsa una hogaza de pan y la da, asiento trasero de taxi, y uno tan niño, en el sueño, tan niño y hambriento, no, desnuda no, ajena no, trajiste contigo los sentidos despiertos, la memoria táctil de la mano en el cargo de gabardina, la otra sonrisa al filo de la vergüenza iluminando, o acaso el sol ya se filtraba en lo onírico por las ventanas, pero no, desnuda no, ajena no, y lo que sigue es un vaivén indescriptible, Alejandra, el que escribe no devela, esconde, aunque parezca lo contrario, el que escribe no está dando, está pidiendo, el que escribe tiene hambre de pan y de que le digan tonto, el que escribe es la puta y lo escrito su orgasmo, algunas veces creíble, otras no tanto.
Asististe a tu propio velorio en la sede, ya sin hambre, pausada posaste tu mano en el cajón cerrado acorde al ritual judío. Al fin el mundo se había resumido a la sala 18, al fin la sala 18 comprimido a un féretro, pero siempre fuiste ventana, trampa y ventana, Rimbaud con tetas, Alicia del sexo, fractura.
Querida Alejandra, la muerte la padecen los que quedan y aquí sigue siendo todo un poco más de lo mismo, pero me quedo, acaso porque a mí no Alicia sino Peter Pan.